
Jorge Cabrera Gómez

Escritor peruano nacido en Trujillo. Arquitecto de profesión con estudios en Brasil y Perú, posgrado, maestría y doctorado en Puerto Rico, Bélgica y Francia. Autor de numerosos artículos técnicos sobre temas de desarrollo. Desde 1980, fue funcionario de las Naciones Unidas, desempeñándose como experto y jefe de proyecto en diversos países, como Guatemala, República Dominicana, Mali, Guinea Bissau, Benín, Túnez, Honduras, Panamá, Haití, Bolivia y Chile. Incursionó en la literatura con su novela El Baobab, que se desarrolla en África del Sahel, cuya primera edición fue publicada por la Universidad Autónoma de Honduras (1995) y, la segunda, en el Perú por Editorial Horizonte (2002). Retirado desde 2013, ahora nos presenta su segunda novela, “Camp Charlie”. El Desarraigo, que se desarrolla en el Haití, en la etapa posterior al terremoto del 2010.
DEL PRÓLOGO DE POR ARNOLD ANTONIN, CINEASTA HAITIANO
Camp Charlie es la historia de los funcionarios internacionales, en eterno movimiento entre una ciudad y otra, entre una catástrofe humanitaria y otra. El escenario donde se desarrolla la novela es Puerto Príncipe antes y después del terremoto. Jorge Cabrera ha descrito, con su mirada de arquitecto y urbanista, la topografía laberíntica de esta ciudad y su prolongación, Petionville y nos muestra, con la precisión de un fotógrafo y las paletas de un pintor, el mundo hirviente que habita ese caos. Nos cuenta la cultura, la historia, la sociología de ese pueblo, en el marco de la crónica de la asistencia humanitaria y de la intervención de las organizaciones internacionales en Haití al día siguiente de la catástrofe apocalíptica del 12 de enero del 2010, cuando el terremoto hizo cientos de millares de muertos y de gente sin techo. De ahora en adelante, nadie podrá limitarse a los innumerables planes e informes oficiales que han sido redactados sobre los días transcurridos después del sismo. Será necesario y obligatorio leer el libro de Jorge Cabrera Gómez. Su lectura permitirá al lector haitiano, al funcionario internacional, al amante de la buena literatura y a toda persona sensible a la condición humana, comprender desde su interior esta tragedia, tan particular y al mismo tiempo tan recurrente en el mundo de hoy.
Haiti: Terremoto del 2010
Expertos de diversos países, modernos transhumantes, desarraigados, reunidos en un campamento, unen sus sentimientos y anhelos con sus tareas de apoyo a los damnificados del sismo, mientras la riqueza cultural del país se abre paso entre la desolación, muerte y destrucción. La naturaleza, por un lado crea extraordinaria belleza en el salar de Uyuni, por otro, muestra su crueldad demoledora haciendo temblar con furia la tierra haitiana. Lima 2016

Extracto 1 de la Novela
Después de muchos años Antonio retornaba a Puerto Príncipe, su primera impresión fue una sensación de multitud, de muchedumbre, como un recipiente atiborrado rebalsando por todos lados: gente, vehículos, animales, basura, ambulantes, puestos de venta. Miraba curioso por la ventana de la camioneta, buscaba identificar paisajes de sus anteriores estadías y, salvo los colores del cielo y la pesadez del ambiente, todo era diferente. El comercio había crecido y primaban los puestos de venta de teléfonos celulares y sus accesorios. Nuevas propuestas de escuelas primarias, secundarias y técnicas ofrecían ilusión. Carretillas con todo tipo de herramientas chinas, puestos de venta de bloques de cemento, balaustres, adoquines, los infaltables puestos de lotería y los raspadilleros con jarabes de mil colores, participaban también de esa ciudad-mercado que trepaba hacia la montaña. Un vendedor de tijeras de podar se exhibía en una esquina, mostrando las bondades de su producto, manipulándolo como un director de orquesta o un cabecilla de una marcha de protesta. Esta vez Antonio se detuvo a observar los nombres de los establecimientos: “Dennys auto-école”, “Jean, homme d’affaires”, “Ferdinand, logiciels, comptabilité, projets, vente et achat de maisons et terrains”, “Joselyne étude de beauté”, “Chez Magaly, provisionnes alimentaires et de cosmétologie”, “Discipline dry blanchisserie, “Fleuriot auto parts”, “Centre d’affaires, architecture, maison, terrains, autos électro ménagères”. Sabía que el letrero es lo primero que los haitianos conciben cuando tienen una idea de negocio, apenas se embarcan en uno, pintan el anuncio con las más bellas letras y los mejores colores, los colocan en quioscos, puertas de sus casas, esquinas, sin importar lo que se encuentre detrás de ellos. Uno ve los letreros de los establecimientos, de los comercios, sastrerías, panaderías, bares, restaurantes o puntos de venta de lotería y son hermosos, delicadamente trabajados, con los colores y proporciones adecuadas y con un sentido naif impactante, a pesar que dentro la miseria reina o la dotación de productos en oferta es limitada. Un centro de affaires no es más que un pequeño espacio con una mesa, donde venden tarjetas de teléfono prepago. De igual manera, los autobuses, camiones y pequeñas camionetas son pintados con temas religiosos, de colores vivos y armoniosos y se les ve atravesar, entre bocinazos y emisiones de gases contaminantes, como bellos monstruos abriéndose paso entre bosques de personas, humo y desechos. Su mente se fue hacia los nombres de sus amigos haitianos que siempre lo impresionaron por ser sonoros y musicales, nombres compuestos para darle armonía al sonido: Jean Gardy, Jean Euphele, los cuales, separados, sonarían banales Puerto Príncipe era una máquina de supervivencia, caótica, pero trágicamente eficiente, donde se entreveraban vías, transportes, personas, procesos, horarios, estructuras económicas, con el azar, la fatalidad y la contingencia. La ciudad, devoradora de esperanzas y promesas, se engulle como una serpiente, por su cola.
Extracto 2 de la Novela
35 segundos son una eternidad. Una gran luz aparece, luego se esfuma en el horizonte, un ruido sordo, lejano, llega a los oídos, se acerca ansioso, brota del fondo de la tierra, se lanza ávido hacia la superficie, se abre paso entre los árboles y termina en una ensordecerá explosión. La tierra ondula, feroz, brutal. Ondas de cemento se forman en el suelo y avanzan con embates crueles, despiadados. La primera ola arrastra todo lo que encuentra en su paso, las siguientes acaban el trabajo, barren, como una escoba nueva, lo que aún ha quedado en pie. Antonio mira pasmado a su alrededor, solo encuentra aprensión, temor, miedo. Alza la vista, trata de pararse y un pedazo de techo se le viene encima, se desploma, levanta los brazos y se cubre el rostro. Abre y cierra los ojos, repite el gesto varias veces y la imagen no se va, está ahí, terca, dura. Iluminado por un rayo de luz que entra por una rendija, el rostro ensangrentado de su compañero de mesa, de su amigo, lo mira inmóvil con los ojos abiertos desde el suelo, un gesto de interrogación en los labios y el cráneo destrozado por un pedazo de concreto. Un ruido fuerte y seco lo alerta, siente un derrumbe cercano y de repente todo cambia, todo es obscuridad. Estira las manos y tantea su entorno. Está sentado en el suelo, apoyado contra una pared. Al frente toca un trozo de concreto liso que se apoya en diagonal contra el muro y lo cubre parcialmente, protegiéndolo contra otros posibles derrumbes. Siente un dolor en la pierna izquierda, la explora con sus manos, una humedad cubre sus dedos, debe ser sangre, piensa, pero no es mucha, concluye que sólo tiene heridas leves. Escucha gemidos lejanos, intensos, el llanto de un niño y los gritos de una mujer que clama ayuda. Un resplandor se alumbra a su derecha y se apaga casi de inmediato. El sonido de un caño vertiendo agua se extingue también en unos segundos. El timbre de un teléfono suena apenas un instante, recuerda que Judeson le entregó un teléfono celular, para sus comunicaciones, le dijo. Lo buscó entre sus ropas y se acordó que lo dejó sobre la mesa al llegar al restaurante. La tierra tiembla una y otra vez, Antonio se cubre la cabeza y un silencio sepulcral se instala en el ambiente. Espera. Fatigado cierra los ojos y toda su existencia se presenta de golpe. En la obscuridad, con el miedo y el terror acechándolo, Antonio ve pasar su vida en un solo momento.
Extracto 3 de la Novela
Saliendo de la zona del hotel, el panorama era de desastre. La pista estaba llena de grandes forados y enormes grietas, el tráfico era muy lento, los vehículos se agolpaban y avanzaban apenas. El ambiente era blanco, todo estaba cubierto de polvo. Grupos de gente, agolpaban cadáveres en las veredas a la espera de identificarlos y entregarlos a los familiares para darles sepultura. Un gentío, arrodillado, con los brazos al cielo, pedía a gritos, perdón a Dios y se retorcían en convulsiones. En una esquina, una niña, cubierta de polvo, sentada en un banco de madera, ofrecía inmutable sus bananas polvorientas al público. Los escombros eran descomunales, casas aplastadas, techos desplomados, paredes derrumbadas. Cañerías de agua destrozadas creaban grandes lagunas en las calles. Las construcciones en concreto eran las más siniestradas. Llegaron a la plaza Saint Pierre con gran esfuerzo. La plaza rebalsaba de gente, los damnificados la había tomado como refugio y algunas carpas habían sido levantadas. Por las calles vecinas la gente bajaba corriendo en tropel y luchaba por tener un espacio en la plaza. Las autoridades con la policía y los bomberos trataban de calmar los ánimos y ayudar a los sobrevivientes. Se escuchaban nombres lanzados con gritos destemplados, llamando a familiares desaparecidos. Alguien escuchaba su nombre y corría al encuentro del llamado. No siempre coincidían los nombres con las personas que respondían a los gritos. Las muestras, al encontrar a un familiar o amigo, eran de algarabía, de alegría intensa, en la que todo el mundo participaba. Judeson prendió la radio del vehículo. Las noticias fueron dramáticas. El terremoto se produjo a las 16:53:09, su intensidad fue de 7.2 en la escala de Richter, el epicentro fue a una profundidad de 10 Km, cerca de Leogane, a 15 Km de Puerto Príncipe. Se calculaba en 100,000 los fallecidos, en 350,000 los heridos y más de un millón de personas habían quedado sin abrigo. Más de cuarenta réplicas, muchas de grado 5 fueron registradas en las últimas horas. Según un comunicado oficial, todo el personal que se encontraba en el edificio de las Naciones Unidas había perecido, incluyendo el jefe de la Misión. Cerca de tres mil trabajadores de la ONU se encontraban desaparecidos, entre ellos el subjefe de la misión, 25 cascos azules habían fallecido, otros 23 estaban desaparecidos. Muchas personas permanecían aún bajo los escombros y los escuadrones de emergencia se desplazaban por toda la ciudad. La ayuda humanitaria estaba en camino a Haití, siendo los primeros en llegar un convoy de ayuda de la República Dominicana. El palacio Nacional estaba totalmente destruido y el presidente Preval aún no se había manifestado. Antonio, a pesar de su sufrimiento pensó que había mucho de exageración en la información. Trató de poner en orden sus ideas, pero una gran fatiga, ligeros temblores en las manos y leves sacudidas por todo el cuerpo fueron más fuertes que su pensamiento. Judeson trataba de hablarle y apenas oía su discurso. Entendió que había podido comunicarse con su familia que vivía en Cap Haitien, que estaban bien y que allí el sismo no había tenido ningún efecto. Antonio se preguntaba cómo había podido sobrevivir a todo ese horror, a toda esa desgracia, buscaba explicarse las causas de haber podido mantenerse vivo entre los derrumbes y haber salido con vida de entre los escombros. Es como nacer de nuevo pensó. Luego, ya más racional, buscó una explicación. Estaba en el comedor, sentado contra la pared, que debía haber sido una placa de concreto, el desplome del techo fue amortiguado por la fuerza del muro que quedó en pie y sólo alcanzó a caer un metro delante suyo, justo donde estaba su compañero de mesa. Luego, otro derrumbe cubrió los costados de su rincón, quedando todo a oscuras. Su cuerpo había quedado en un vacío triangular, protegido por la pared y la caída oblicua del techo de concreto. Había estado atrapado entre los escombros por casi veinte horas.
Extracto 4 de la Novela
Lo que cuentan es realmente aterrador. He estado escribiendo sobre los relatos y hacerlo es una forma de desahogo, porque el sentimiento de compasión, de misericordia es muy fuerte, se acumula en el pecho, en el corazón y uno no sabe qué hacer con tanta angustia. Verás, te voy a contar –continuó- por ejemplo, el relato de los médicos que llegaron un día después del sismo es espeluznante, no sé cómo esa gente ha podido soportar tanto desasosiego. Resulta que los heridos llegaban a los hospitales, centros de salud y de emergencia instalados por todas partes en carpas muy bien equipadas, tú sabes, estas instituciones tienen sistemas expeditivos para responder a los llamados en caso de desastres. Bueno, la cantidad de heridos era tal que no se daban abasto para atenderlos como es debido. Al no poder tratar las heridas, los desgarros, las potenciales infecciones, a través de procesos o largos tratamientos, me contaban, no les quedaba más remedio que amputar. ¡Amputar!, Matías, ¿te das cuenta? -contaba Alejandra reprimiendo los sollozos que salían de su pecho-. No sabes la cantidad de niños y jóvenes con las extremidades amputadas por no poder ser tratados antes de que las heridas se infecten o comience la gangrena. Me contaban que muchos llegaban con infecciones avanzadas por no haber acudido inmediatamente a la posta. Era posible, en otras circunstancias, hacerles un tratamiento con el respectivo seguimiento, pero la urgencia y la cantidad de personas que esperaban ser atendidas, no lo permitía y sólo quedaba amputar. No te imaginas con el dolor que estos jóvenes médicos nos contaban sus penas, sí, porque eran sus congojas las que expresaban.Matías, seguía el relato con profunda tristeza, no sabía qué decir. Su experiencia en desastres le indicaba que cuando se ven las catástrofes en términos individuales, en función de las personas, de las víctimas, las desgracias, los infortunios, toman una dimensión inmensurable. Finalmente tomó la mano de Alejandra, se solidarizó con ella y le dijo: -Sí amiga, a veces uno ve las cosas con criterios técnicos. En medio de una desgracia descomunal venimos a medir el número de casas derrumbadas, de metros cúbicos de escombros a recoger, de puentes a reconstruir, cuando es el sufrimiento de la gente lo que prima en medio de las ruinas. Es el relato de los haitianos que sufrieron el sismo. He conversado con el personal de limpieza, de la cocina, los trabajadores del campamento y cada historia, contada en un francés básico, es igualmente aterradora, sin embargo, no puedo dejar de decirlo, los haitianos son narradores natos, la riqueza de los relatos son de antología, de una belleza que me dejó pasmada. Dicen que se vio un gran resplandor en el cielo y luego sintieron un fuerte sonido, como de una explosión, de algo que salía de la profundidad de la tierra, luego un ruido, al comienzo débil, que iba acercándose y creciendo en tamaño: “gudu…, gudu…, gudu”, decían que sonaba, hasta que se convirtió en ensordecedor, de repente todo vibró con una gran intensidad, el temblor se transformó en una poderosa sacudida que duró una eternidad, los techos comenzaron a caer, a desplomarse como si fueran de cartón y una nube de polvo fue subiendo poco a poco del suelo, cubrió el cielo y todo se tornó blanco cenizo. Puerto Príncipe se estaba desgarrando, se estaba convirtiendo en polvo. Luego un gran silencio, que fue roto por un grito único de miles de voces a la vez, en unísono, grito que llegó hasta los oídos del buen Dios en el cielo, quien no se inmutó -en ese momento Alejandra tuvo un espasmo, que fue controlado con dificultad. Matías le acercó un vaso de agua, bebió un sorbo y continuó- los cuerpos desechos comenzaron a aparecer, los gritos lastimeros y los pedidos de ayuda se escuchaban por todas partes, los agónicos y moribundos levantaban los brazos, hacían un último esfuerzo por incorporarse, para luego desmoronarse definitivamente. Brazos, piernas, pedazos de cuerpos se esparcían en las veredas, estaban diseminadas a lo largo de las calles. Los sobrevivientes llamaban en voz alta a sus familiares, los buscaban a gritos repitiendo sus nombres y luego desconsolados gemían ante el silencio. Otros rezaban con los brazos en alto pidiendo piedad a Dios y culpando a los pecadores por este castigo divino. Las historias son muchas aún, estoy tratando de escribirlas y ver una forma de ponerlas en blanco y negro. Hay muchas experiencias individuales -terminó Alejandra agitada.